Te asustas

al recoger tus huesos del suelo,

desde el suelo,

arrastrándote invertebrado

a los pies de ella,

ameba.

Te gusta ella, piensas,

por su físico,

por su químico,

por nada en particular.

Te asustan su rosado y su cinismo,

su ácido,

y su frío sulfúrico.

Te gusta su carne,

siempre cruda,

siempre dura.

Disfrutas de ella en su ausencia,

lejana, la extrañas, te relames,

porque lleva tu nombre escrito en el tobillo

como una rotura sin curar,

un tropiezo.

No sabes quién tropezó,

ni cuando,

ni si realmente ocurrió.

No recuerdas cómo eras, cómo eres,

ni como era ella.

Y ya nadie te lo puede decir.

Porque estás solo, estás con ella.

Y ella lo es todo.

Y tú, nada tienes.

AEdlM