"¿No es así, Von Sohn? Aquí tenemos a Von Sohn, miren. Muy buenas, Von Sohn".

15 oct 2013

Tengo sed

Un hombre llegó a la puerta de un establecimiento. Una cafetería. Tenía una poblada barba rizada, bellas facciones y piel oscura. Sólo un extraño tropiezo en su mirada podía ser presagio de su auténtica condición. Algunas personas llenaban la terraza de aquel lugar al atardecer, cercana la oscuridad. Personas normales, varones y mujeres de edades y condiciones variadas. Nada que resaltar. Entonces el hombre recién llegado, frente a todos los clientes del lugar, frente a la misma puerta, junto a algunas de las mesas, exclamó: 
- ¡Quiero agua!
Aquel grito se repitió de nuevo, y más tarde una tercera vez. Los clientes de la cafetería, personas al uso, individuos correctos, comenzaron a observarle extrañados.
-¡Agua!- Volvió a decir.
Vacilante, uno de los camareros se acercó a él y le preguntó: -¿Quiere un vaso de agua?
- No. -respondió- Botella de agua.
Y volvió a gritar: - ¡Agua! ¡Botella de agua!...
Los clientes ya murmuraban. Uno de ellos, con aspecto de licenciado, le miraba con gesto de desaprobación. Dos jovenzuelas se reían disimuladamente. El camarero, intimidado, sin saber bien qué movimiento hacer, le dijo:
- Son dos monedas.
El individuo le miró extrañado, con ojos perdidos, como si hubiera escuchado un sonido cercano pero no encontrara la fuente.
- No. -respondió en un espasmo- ¡No! ¡Agua! ¡Botella de agua!...
Todos los clientes habían dejado sus conversaciones y le miraban.
- ¡Agua! ¡Botella de agua! ¡Agua! ¡Agua!...
El patético espectáculo se prolongó durante algunos minutos. Parte de la clientela dejó de prestarle atención mientras otros comenzaban a sentirse fastidiados, entre ellos el que tenía aspecto de licenciado, quien finalmente llamó al camarero y le dio las dos monedas con la orden de que diera al indeseable una botella de agua para que por fin callase y pusiera fin a aquella pantomima tan poco adecuada. Así lo hizo el mandado, entró en el establecimiento y volvió afuera con una botella de agua grande empañada por el frío. Acercándose al alborotador le tendió la botella con cautela, como si temiese tal vez un mordisco o alguna reacción similar. Él tomó la botella como quien alcanza un bien preciado y la observó durante unos segundos en los que el camarero se alejó sin dejar de observarle. Todos le observaban en realidad. Todos murmuraban en silencio, todos esperaban algo, tal vez que se marchara y dejase de perturbar la normalidad y la corrección de sus vidas.

Entonces, el extraño individuo abrió el tapón de la botella y, poniéndose de cuclillas, comenzó a verterse el contenido por la cabeza, por la cara, por la barba... E hiperventilaba por causa del agua fría que se iba colando por su pecho y por todo su cuerpo. Reía como un niño, disfrutaba sinceramente del agua, despreocupado de todo, solo en aquel lugar tan concurrido, solo él con el agua. Los que le observaban parecían no dar crédito, unos extrañados, otros divertidos. El que había comprado la botella hizo un gesto de fastidio y le dio la espalda. Él, siguió con su baño particular hasta que se agotó el agua de la botella y, después de mirar en su interior buscando las gotas restantes, se deshizo de ella lanzándola hacia atrás con un movimiento brusco y torpe.

- ¡Agua! -volvió a exigir al viento- ¡Agua! ¡Botella de agua!...

Nadie respondió más, nadie volvió siquiera a fijarse en él. Sus gritos se perdían en el aire como los demás sonidos del ambiente. Los oídos de los que le rodeaban se acostumbraron a sus palabras como se acostumbran al fluir del agua de un río. El loco ya había recibido todo lo que se le podía ofrecer, ya se le había prestado la suficiente atención. Sólo algún paseante ocasional volvió a reparar en él. 

Se echó la noche, pasaron las horas, y otros cientos de veces volvió a pedir agua el insensato. Muchas veces pidió al aire, incansable, mientras la oscuridad le iba engullendo y los clientes iban marchándose. Todos se marchaban. Todos se marcharon. La cafetería cerró. Todo lo demás cerró, y cuando se había quedado solo en la oscuridad, solo en la ciudad, sus palabras se convirtieron en susurros y acabaron por cesar. Y entonces, cuando todo terminó, comenzó a caer la lluvia.

AEdlM

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