"¿No es así, Von Sohn? Aquí tenemos a Von Sohn, miren. Muy buenas, Von Sohn".

10 feb 2014

Un cuadrado forma un cubo que desperdicia cuatro lunetos para amoldarse a mi movimiento de rotación. No me sirve. No le sirve  a nadie, a menos que los miembros de nadie se extiendan y contraigan al rotar, llegando a las esquinas del cubo. Una inteligencia superior racionalista, inhumanamente humana. Todos rotamos respecto a un eje vertical formado por el centro de gravedad del cerebro y por el ano. Todos nos pasamos la vida rotando dentro de nuestra propia figura geométrica, pero el eje no es el de Vitruvio, Vitruvio mintió a nadie. El hombre que rota sin descanso sobre sí mismo abre los ojos en frecuencias dependientes de su velocidad de rotación, con periodos infinitesimalmente cortos, sin darse cuenta de que se mueve. El hombre, al rotar, genera un campo de gravedad que lo atrae todo hacia sí mismo, porque lo quiere todo, lo ansía todo, lo codicia. Por eso da vueltas, por eso. Sin darse cuenta, pero sabiendo que así es como quiere que sean las cosas. Todas suyas. Todas para él. Todas frente a sus ojos que se comportan como cámaras de televisión, que recogen fotogramas para no caer en la cuenta de su absurda rotación.  Y sigue así dando vueltas y queriendo comprender todo lo que ocurre a su alrededor, queriendo hacer ciencia. El hombre es dios 24 veces por segundo.

Las rotaciones de los hombres generan 7.000 millones de centros de gravedad, que se atraen entre ellos formando ciudades, que son agujeros negros. En las ciudades hay muchos dioses que lo comprenden todo. Todo quieren comprenderlo, y lo que no pueden comprender, lo comprenden. Las ciudades son teóricas. Sus habitantes subcontratan la comprensión para hacerla más eficiente y unitaria. El precio depende del número de giros por segundo. Pero al fin, todos comprenden todo y lo tienen todo dentro de un agujero negro que deja de verse 24 veces cada segundo.

Y entonces, entonces, se produce la intuición. Un hombre abre los ojos durante un segundo completo y lo ve todo. Cae en la cuenta. Deja de parpadear y mantiene los ojos abiertos durante un segundo por segundo. Y al ver lo que ocurre deja de dar vueltas en torno a sí mismo, deja de pulir el cubo volcado de Vitruvio y se para. Y el movimiento a su alrededor lo expulsa a la estratosfera del agujero negro porque ya no sigue sus leyes. Y ese hombre deja de comprender. Ya no comprende porque no da vueltas. Deja de quererlo todo para sí y se despoja de su condición de dios. Se queda solo en cualquiera de los posibles sentidos. Expulsado, denostado, maltratado, humillado. Y todo por no dar vueltas sobre sí mismo. Y mira desde fuera, sin parpadeos, sin rencor. Sin comprender, sólo intuyendo. Y piensa: "Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas."

AEdlM

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