Nadie se ha planteado aún por qué demonios iluminan las calles por la noche con colores cálidos, como si el invierno disfrutara vagando por la ciudad en las madrugadas más frías de los años más bruscos. La calle se ha vuelto loca y todos somos calle excepto en el medievo de los adictos al cine mudo y violado. La ciudad ya no duele. La ciudad ya no es siquiera ciudad, ya no contamina el aire ni anida a las ratas. Ya no vive nadie en esta urbe de 21 millones de habitantes lisiados mentales, todos ellos no son más que latas de refresco light. 8% de zumo. Nadie se ha planteado que, al leer un libro, nadie busca una buena historia a menos que la encuentre, que se le ofrezca al módico precio que decida el capitalista librero, descendiente directo de Pol Pot, que se ha cortado el pelo como un nazi de principios de los 30 y es un postmoderno anacrónico de los de mañana, y entonces cualquiera se adhiere a dicha buena historia como se engancha a la heroína hasta su culminación y posterior juicio, inevitable juicio, inherente al libro. No. Nadie quiere eso. Nadie sabe lo que quiere. Sólo yo porque sí. Al coger un libro uno quiere que le hablen a las 10 de la noche en un idioma distinto al que escucha desde las 6 de la mañana hasta el sonido de la sirena del mar, la ninfa que te convierte en un cerdo a menos que te llames Charles Barkley y hayas perdido tu habilidad para botar la bola del mundo. Cuando uno lee un libro es porque quiere dejar de juzgar, perder el proceso judicial, el juicio, el azufre. El éxodo urbano es como dejar de leer libros porque uno se olvida de leer. Olvidarse de leer o olvidarse de pensar o de respirar. "Murió ahogado porque olvidó respirar" Es tan sencillo como olvidar el nombre de un desconocido, es tan natural como levantar una mañana y no recordar quién es tu marido o tu cuñado. Lo recuerdas todo, excepto quién demonios es ese que ha venido a la comida familiar, con el que te llevabas tan bien y participabas en un negocio de importación. ¿Qué? ¡No mientas! Son tantas ramificaciones las que salen de cada persona y te acaban pinchando en el culo o en el ancestral, que si olvidas al amigo de tu antepasado, aunque sea un sólo instante, pierdes la razón y olvidas por completo quién eres hasta que no puedes comunicarte más que por ladridos, ladrillos, o golpes de cabeza contra columna vertebral, y si ayer eras Thom Yorke, mañana serás una lata de refresco, y todo por un pequeño descuido. O la presión social. El mundo no perdona. Y la memoria es un resorte colectivo antidepresivo, una invención universal que se actualiza a cada segundo con cada nueva aparición y borrón humano o material. La historia es una estafa intelectual a escala mundo. Y todo esto ocurre todos los días, con tus mejores amigos y familiares, ocurre a cada segundo aunque no te des cuenta, porque cuando alguien olvida y desaparece del universo, inmediatamente tú olvidas de manera refleja y llenas el hueco con una nueva adquisición social, y puede que ayer fueras suela de zapato y al olvidar el nombre de una baldosa te hayas convertido en lo que eres hoy, ¿un ser humano? No, eso sí que no.
AEdlM
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